jueves, 11 de diciembre de 2008

La ira y el yunque

La historia que versa este relato, comienza en la región de “El Vasto”, junto a una falda de las Montañas del Troll, en una aldea de construcciones de piedra y habitantes forjados en el fuego de la batalla. El repiqueteo de los artesanos enanos anuncia el despuntar del alba, y sobre este sonido de prosperidad, resaltan los golpes rítmicos del martillo contra el yunque: el sonido de la herrería del respetado y humilde Thoral Stonar.

Famoso era en la aldea el gran corazón de Thoral. Fiero excombatiente, refugiado ahora en la tranquilidad de la forja, dedicándose plenamente a su amada mujer, Agal, y a sus seis hijos. Al nacer el último de estos, Thoral decidió anteponer su familia al calor embriagador del combate y como símbolo de este cambio, nombró a su hijo Zabrath, que significa Yunque Poderoso. Aunque Zabrath era el más joven, hizo desde pequeño honor a su nombre, siendo el más fornido de los seis hermanos Stonar.

La creencia religiosa era una parte de suma importancia en el núcleo familiar, siempre dedicando gran tiempo a orar a Moradin, dios que bendecía a los Stonar día a día, proporcionándoles alimento con la artesanía de Thoral; sin olvidarse de Tempus, dios que protegió al herrero en batallas innumerables, ayuda sin la cual no estaría ahora al lado de su mujer. Así se componían los Stonar y así vivían felizmente en la aldea, sin ser conscientes que un repentino incidente estaba a punto de cambiar el curso de sus vidas por siempre.

Ardua era la tempestad que una noche castigaba sin piedad la región de El Vasto. Los enanos se reagrupaban de forma precisa para crear surcos y diques que impidieran una inundación en la aldea. Como si los dioses pelearan tras la montaña, los rayos estremecían la tierra una y otra vez. Fue uno de estos rayos el que provocó el desprendimiento de parte de la montaña, desencadenando un alud a pocos kilómetros de la aldea. Paralizados, los enanos observaban como la montaña se desplomaba, devorando con tierra y guijarros parte del terreno colindante. Recobrada la compostura, Thoral organizó una avanzadilla de enanos para explorar los daños ocasionados por la avalancha.

Pocas horas tardaron en llegar a la zona del desastre. Aunque en principio las consecuencias no parecieran excesivamente graves, poco tardaron en encontrar los restos de una caravana de viajeros entre las piedras. “Pobres insensatos… Nadie en su sano juicio debería recorrer camino con este temporal” – pensó Thoral. Después de inspeccionar los restos en busca de supervivientes, sólo hallaron un cadáver tras otro. Justo cuando los enanos se reorganizaban para partir hacia la aldea, el llanto de una criatura rompió el aullido del viento. Thoral corrió al montículo de piedras del que provenía y con ayuda de sus compañeros empezaron a apartar las rocas. Debajo se encontraron un bebé humano, protegido por el cuerpo sin vida de la madre. No se explicaban cómo había llegado a sobrevivir a la masacre, pero ahí se encontraba sano, salvo por algunos rasguños. El herrero se le encogió el corazón al ver al pequeño que, sin saberlo, se encontraba solo en el mundo. Sin pensarlo, lo arropó como pudo, lo cargó en sus fuertes brazos y ordenó la vuelta apresurada a la aldea.

Una vez llegado a su casa, secó al pequeño y lo situó ante el calor del hogar. Le explicó todos los detalles a su esposa y ambos coincidieron que la mejor opción para el bebé sería acogerlo en su familia como un séptimo hijo. En recuerdo de ese día tormentoso, Thoral decidió nombrar a su nuevo hijo Bram: Ira de los Gigantes.

Así el pequeño fue creciendo en la cultura enana. Su padre nunca le ocultó el que él fuera “diferente al resto”, pero Bram no terminó de entender a lo que se refería hasta comenzar a entrar en la edad madura. Pocos recuerdos abriga sobre sus hermanos mayores, salvo del joven Zabrath. Bien sea por ser los dos hermanos menores, bien sea porque Bram fuera el más débil y Zabrath el más fuerte, o simplemente por casualidades del destino, el vínculo entre ambos hermanos se estrechó con tan suma fuerza, que llegaron a convertirse en inseparables.

En el poblado poca gente miraba con buenos ojos al joven Bram. Él achacaba esta reacción a su aspecto “famélico”, ya que en comparación con el resto de niños, parecía que estaba continuamente enfermo. Por dicha razón, su hermano Zabrath decidió que ambos debían esforzarse por hacerse más fuertes, por convertirse en grandes guerreros que trajeran la gloria y el honor a su familia. Al principio el entrenamiento consistía en correr y luchar con palos hasta quedar extenuados, acción que consiguió atraer la burla del resto de niños hacia ellos. Día tras día, ambos hermanos se ejercitaban duramente, por mucho que su padre intentara encauzarlos al oficio familiar. Algo aprendieron, pero un sentimiento interior los empujaba a centrarse en mejorar sus habilidades en el combate.

Mucho tiempo siguieron siendo los hazmerreir de los pequeños aldeanos, hasta que un día añadieron a las burlas empujones, razón que colmó la paciencia y educación de los hermanos Stonar, quienes pasaron a defenderse con la fuerza. Los que empezaron a empujar a Bram fueron los primeros en recibir la primera de muchas palizas. Las reprimendas de sus padres y el enfado del resto de familias hacia ellos no consiguieron que sintieran culpabilidad de lo sucedido, al contrario, sus magulladuras hacían que se sintieran orgullosos… Porque peores eran las que mostraban sus contrincantes.
“Padre – le decía jocoso Zabrath a Thoral –, nuestra lucha es por una razón justa, y el hecho que hayamos salido victoriosos una y otra vez de un combate tan desigual, ¿no es acaso que Tempus nos da la razón?” Dicho razonamiento sólo empeoraba la reprimenda, ya que Thoral no quería que sus hijos se tomaran a la ligera la mención del dios. Pero en el fondo de su corazón, comprendía el comportamiento de sus hijos y lo aprobaba.

El paso de los años sirvió para que Bram se diera cuenta de por qué la gente lo miraba de forma extraña y el por qué su padre discutía continuamente con ellos. La diferencia de rasgos y aspecto respecto a todo el poblado, incluida su familia, era palpable, hasta el punto de sentirse desplazado en su interior. Sin embargo, tanto su padre como su hermano impidieron que se hundiera. En un momento dado, Zabrath agarró su hombro firmemente, y con una sonrisa le dijo: “Puede que muchos no lo vean, incluido tú mismo, pero yo veo en tu interior un enano como nunca ha pisado la aldea. Y por encima de todo, ese enano es, y siempre será, un Stonar”. Dicho comentario de su hermano le sirvió a Bram como bálsamo, sintiéndose, por fin, bien con su familia y bien consigo mismo, tal y como era. Tan orgulloso se sentía de su diferencia exterior, que quiso acentuarla cortándose la barba y afeitándose el cabello. Dejó de utilizar los típicos martillos y hachas enanos para fabricar su propia arma, una más acorde a su estatura y potencia, un arma que había visto portar a los mercaderes extranjeros: es así como el espadón pasó a ser una prolongación de sus brazos.

Continuaron entrenándose sin detenerse. El sonido hueco del chocar entre palos, evolucionó a las chispas y las vibraciones del metal. Ahora su mismo padre se involucraba en el entrenamiento de los hermanos, enseñándoles distintas tácticas de combates en grupo, así de cómo blandir correctamente el acero.

Después de tanta preparación, ambos intentaron entrar en la milicia de la aldea, para continuar la carrera de combatientes que tanto empeño tenían en forjar. Una vez pasadas las pruebas de acceso, llamaron aparte a Zabrath y le comunicaron que estaban muy contentos con él y que veían un gran futuro militar en su persona. “¿Y mi hermano?”, preguntó, “No lo hemos aceptado, compréndelo, la descompensación en altura no encajaría en nuestras tácticas de agrupación en ataque y defensa”, le respondieron. Aunque el razonamiento podía gozar de cierta lógica, Zabrath no vio más que una excusa que les sirviera para salvar el atolladero. Cuando volvió al lado de su hermano, Bram le preguntó:
- “¿Qué te han dicho? ¿Cuándo empezamos?”
- “No nos han aceptado a ninguno, Bram, dicen que todavía tenemos que perfeccionar las técnicas y demostrar más nivel. Aún así, me alegro, llevaba dándole vueltas al asunto y no me terminaba de gustar la idea de entrar en la milicia. Si queremos convertirnos en los mayores guerreros que haya conocido nuestro pueblo jamás, estos mequetrefes poco podrán enseñarnos. Fuera hay un basto terreno, con grandes obstáculos y grandes proezas que realizar. Sólo fuera conseguiremos madurar hasta alcanzar nuestro objetivo. No nos hace falta nadie. Los dos solos lo conseguiremos, como siempre lo hemos hecho, y lo seguiremos logrando a base de hacha, escudo y espada.”

Ilusionados por la nueva perspectiva que se abría para ambos, partieron a su hogar para comunicar sus nuevos planes. En un principio, solamente pudieron apreciar el sentimiento de tristeza de ambos padres. Pero la cara de su padre cambió, como si hubiera recordado algo hace tiempo olvidado, y partió sin mediar palabra fuera de la casa y se encerró en la herrería. Llegó la hora de la cena y Thoral no quiso regresar a la casa, quedándose solo en el sitio de trabajo que tan buenos ratos le había proporcionado.

Pasaron un par de días más y su padre no había salido de la herrería. Los hermanos ya lo tenían todo preparado para partir. Por un lado, sintiendo el tacto excitante de la aventura en sus rostros, pero por otro lado, la decepción y la tristeza de lo que habían acontecido sus noticias. Nunca hubieran esperado esa reacción en su padre. Esperaban su apoyo incondicional, y en lugar de eso les había dado la espalda, sin tan siquiera venir a despedirse de ellos. Ambos abrazaron a su madre al mismo tiempo, y esta, entre lágrimas, les dio una suculenta cantidad de comida para que pudieran subsistir un par de semanas. Salieron de casa, dirigiendo una última mirada a la herrería cerrada. Perdidas las últimas esperanzas, tomaron rumbo hacia la salida del poblado.

Cuando empezaban a alejarse de la aldea, un grito a sus espaldas hizo que se detuvieran y dieran la vuelta. Un enano corría desde el poblado a su encuentro. Era su padre, Thoral, quien se apresuraba con un saco a cuestas. El rostro ceniciento mostraba una fatiga extrema en el herrero enano.
- “¡Por los dioses! Ya empezaba a creer que no acabaría a tiempo”. Acto seguido, metió sus manos en el saco, sacando un escudo y un guantelete. Ambos tenían impreso en relieve el símbolo de la familia Stonar, consistente en la imagen de uno de los más viejos ancestros de la familia, rodeado por un martillo y un hacha. “Había pensado que, como vais a convertiros en formidables guerreros, podíais llevar este regalo que acabo de terminar para vosotros. De esta forma no os olvidaréis de nosotros nunca, y sobre todo, cuando venzáis a vuestros enemigos y caigan a vuestros pies, que sean conscientes que han sido derrotados por un Stonar”. Zabrath se fundió en un abrazo con su padre y le susurró en el oído “Juro que mientras me quede un aliento de vida, no permitiré que le ocurra nada al pequeño”. Por último, Bram hincó una rodilla para abrazar mejor a su padre, y después del abrazo le dijo: “Cuando volvamos a casa, mi hermano y yo seremos responsables que el honor y la gloria de los Stonar quede grabado en fuego y piedra, por la eternidad en la historia de nuestra aldea”.

Sin más dilación, decidieron partir y enfrentarse al destino que los esperaba ahí fuera. Así comenzaron su camino, perdiéndose su imagen entre las mismas montañas que los vieron nacer y crecer, bajo la orgullosa mirada de su padre.

By Hermanos Stonar

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